15 ago 2010

SOLO QUERÍA SER CAPELLÁN

Sólo quería ser capellán e Hidalgo lo hizo líder de la rebelión en el Sur: Morelos, el generalísimo de América

Bertha Hernández | Nacional/ CRÓNICA

Encuentro. De una semana a otra José María Morelos cambió su destino. El culpable fue Miguel Hidalgo. Foto: Archivo

“Morelos es, sin duda, el alma y el tronco de la insurrección”, le escribió el obispo Manuel Abad y Queipo, en septiembre de 1813, al virrey Félix María Calleja. Pero a Calleja le iban a contar novedades. A esas alturas, el soldado español, con tantos años de vivir en el virreinato, y casado con una novohispana, conocía muy bien el liderazgo militar y la capacidad estratégica de José María Morelos y Pavón.
Calleja no olvidaba el fracaso que tanto le había dolido: un año antes, en 1812 y al mando de las fuerzas realistas, no pudo tomar Cuautla, donde, por espacio de 72 días, el antiguo cura de Carácuaro y Nocupétaro había resistido y, peor todavía, se había burlado de él. Todavía le dolía acordarse de la carta aquella de abril de 1812: “Supongo que al señor Calleja le habrá venido otra generación de calzones para exterminar esta valiente división, pues la que trae de enaguas no ha podido entrar en este arrabal; y si así fuere, que vengan el día que quieran, y mientras yo trabajo en las oficinas, haga usted que me tiren unas bombitas, porque estoy triste sin ellas. Es de usted su servidor, el fiel americano Morelos”. La misiva pintaba de cuerpo entero al general insurgente, valeroso sin solemnidades y decidido a dar la pelea. No sería la primera de su vida.
Quizá esa frase inventada en el siglo XX, sobre la “cultura del esfuerzo” pudiera aplicarse a José María Morelos. Cuando lo fusilaron, en 1815, había vivido 45 de sus cincuenta años como peón de hacienda, arriero, estudiante empeñoso y párroco de dos pueblos diminutos y pobrísimos, donde hasta en la construcción de un panteón decente se había involucrado. Zona muy humilde, la de Carácuaro. Ocho días antes de transformar su vida, el 14 de octubre de 1810, Morelos le escribía a su cuñado, apellidado Cervantes: “Todas las obvenciones [pagos por servicios religiosos] las tengo fiadas, sin poderlas cobrar por el hambre que hubo aquí este año. Yo hubo día que comí con solo elotes; pero cuantos mediecitos [medios
reales] me caen estoy comprando maíz para no pasar otra; y estoy poniendo cría de puercos para el fin de engordas, porque en este año ni a 20 pesos se hallaba un cerdo gordo”.
Incluso le ofrecía a Cervantes que su hermana y sobrina fueran a pasar unos días con él, “mientras pasan las balas”. Morelos se refería a los primeros fragores de la insurgencia: Hidalgo, por esos días, y al frente de sus tropas, se acercaba a Valladolid.
Pero todo cambió en el curso de una semana: el 20 de octubre de 1810, Morelos se acercó a Hidalgo, en el camino entre Charo e Indaparapeo; aspiraba a convertirse en capellán de la insurgencia. Pero la intuición de Hidalgo funcionó: lo mandó “a insurreccionar el sur” y le dio al movimiento el líder que lo sucedería como el jefe indiscutible de los independentistas.

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