19 dic 2010

EL FIN DE UN SUEÑO:

El fin de un sueño: la Decena Trágica acaba con la incipiente democracia y con las vidas de Madero y Pino Suárez

Bertha Hernández | Nacional  LA CRÓNICA

Domingo 19 de Dic., 2010

Huellas. Al día siguiente de los asesinatos, el pueblo se agolpó a espaldas de la Penitenciaría, donde habían caído Madero y Pino Suárez. Foto: Archivo

03:18 Tiros en la oscuridad: las muertes de Madero y Pino Suárez

Era sabido, en las primeras semanas de 1913, que el presidente Madero estaba satisfecho: consideraba que había aniquilado, exitosamente, las rebeliones que tanto le habían agobiado durante 1912: Félix Díaz y Bernardo Reyes estaban en cárceles capitalinas, y, si no hubiera sido por la presión de los restos de la élite porfiriana, el "sobrino de su tío" habría acabado su vida en el paredón; el movimiento de Pascual Orozco, en el norte, había sido sofocado. El zapatismo, en realidad, no había llegado a ser un movimiento de grave riesgo, y, además, Madero apreciaba al líder, don Emiliano, por más que el Plan de Ayala contuviera abundantes reproches para el sucesor de Díaz y de León de la Barra. Era, muy probablemente, el inicio de la estabilidad anhelada, que conduciría a la renovación de la vida nacional.
Pero Madero se equivocó. Quedaban rescoldos de las revueltas de origen militar. Desde sus respectivas prisiones, Reyes y Díaz entraron en contubernio: estaban seguros de que, unidos, y en la capital del país, podrían apoderarse del gobierno. No lo lograrían, pero su complot preparó el terreno para que otro líder militar ganara la partida. Su nombre era Victoriano Huerta.
LOS DESCONTENTOS. No eran pocos los inconformes con la presidencia de Madero. Los decepcionados, los que tanto habían creído en las promesas de la revolución de 1910, no estaban a gusto. Pero ellos, en esta ocasión, no constituían el verdadero peligro. El riesgo estaba en los sobrevivientes del "viejo régimen", que todavía extrañaban los días de don Porfirio; los hacendados y empresarios que, acomodados en el peldaño más alto de la escala social, se quejaban de que Madero "no los trataba con las consideraciones" que en otros tiempos habían recibido. Algunos de ellos no verían con malos ojos la llegada de otro "hombre fuerte", dispuesto a ser más accesible que el presidente espiritista y menos dado a emprender reformas sociales.
EL EMBAJADOR. Si había alguien en la comunidad diplomática establecida en México que le profesaba una profunda antipatía a Francisco I. Madero, ése era el embajador de Estados Unidos, Henry Lane Wilson. El diplomático no tenía empacho alguno en comentar, en público y abiertamente, los errores, que, según sus apreciaciones, cometía el gobierno.
Aun cuando el gobierno de Washington había simpatizado, al principio, con el maderismo, esa buena voluntad se apagó muy pronto, al constatar que el presidente no beneficiaría, como se esperaba de él, a las empresas petroleras estadunidenses. Además, la inestabilidad política del régimen mexicano resultaba incómoda al gobierno vecino. A la hora de la sublevación, Wilson no vacilaría en apoyar a los rebeldes.
EL CUARTELAZO. - Era un domingo, 9 de febrero de 1913, cuando, muy temprano, los felicistas y los reyistas, aliados, iniciaron una rebelión en la ciudad de México. Un contingente de soldados, salidos del cuartel de Tacubaya, se unió a los alumnos de la Escuela de Aspirantes; comandaban la operación los generales Manuel Mondragón y Gregorio Ruiz. Tan planeada estaba la maniobra, que hoy día se conserva una filmación del momento en que los jóvenes de la Escuela de Aspirantes saltan la barda de la institución para unirse a los sublevados.
Los rebeldes liberaron, de la prisión militar de Santiago Tlatelolco, a Bernardo Reyes. Luego, con el general a la cabeza, sacaron de la Penitenciaría de Lecumberri a Félix Díaz. La presión del contingente rebelde atrajo a numerosos militares. La presencia de Reyes entusiasmaba a los que, críticos de Madero, aún le reprochaban su debilidad. De entre la muchedumbre salió el grito: "¡A Palacio!", "¡A Palacio!". Y a Palacio Nacional se dirigieron los rebeldes. Tenían enviados allá, encargados de amotinar a la guarnición; estaban confiados: no habría resistencia.
Pero se equivocaron: Lauro Villar, jefe de la plaza, permaneció leal al presidente. La refriega costó la vida de muchos paseantes o curiosos que, a temprana hora, caminaban por el Zócalo. Bernardo Reyes, en la vanguardia del ataque, cayó muerto, "pero no por la espalda", como alcanzó a decirle a su hijo Rodolfo.
Por momentos, pareció que todo se solucionaría; los leales a Madero conservaban Palacio. Pero Lauro Villar estaba herido; lo sustituyó Huerta, Los felicistas se refugiaron en la Ciudadela. Madero, escoltado por los cadetes del Colegio Militar, marcharía a Palacio, a restaurar el orden. Encontraría la traición y la muerte.

© Complot
Con el tiroteo a las puertas de Palacio Nacional comenzaron los días que pasaron a la historia con el nombre de "Decena Trágica". Huerta entró en negociaciones con Félix Díaz y Manuel Mondragón. Se ocupó de conseguir el respaldo de Henry Lane Wilson, quien, intereses aparte, detestaba profundamente a Francisco I. Madero.
El presidente desoyó las advertencias de su hermano Gustavo, que desconfiaba de Huerta. Al paso de los días, y cuando fue evidente que las tropas de Huerta no aplicaban esfuerzo alguno por derrotar a los golpistas de la Ciudadela, el presidente le dio 24 horas al militar para "probar su lealtad". Esas 24 horas fueron suficientes para consumar la traición: poco después de una escaramuza en el mismísimo despacho presidencial, cuyas huellas aún se conservan, Madero y el vicepresidente Pino Suárez fueron hechos prisioneros y encerrados, junto con el general Felipe Ángeles, en la Intendencia del Palacio Nacional.
En la representación de Estados Unidos se firmó el "pacto de la Ciudadela o "pacto de la Embajada", firmado por Huerta y Díaz, que daba por "inexistente y desconocido" el régimen del coahuilense que creyó en la democracia. El compromiso iba más allá: se aplicarían todos los esfuerzos necesarios para que Huerta asumiera la presidencia "en menos de 72 horas".

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