16 ago 2010

LA REVOLUCION QUE ESTALLÓ EN PUEBLA

 

Alejandro Rosas / Historiador.

 

 

“Nuestro candidato será --escribió Serdán a finales de marzo de 1910-- el que preste más garantías en respeto a nuestras leyes… pues como dijera el señor Francisco I. Madero, por malas que sean las leyes, siempre serán mejores que la voluntad de un hombre”. Aquiles Serdán colaboraba con la campaña antirreleccionista de Madero, desde 1909, en la ciudad de Puebla. Desde ahí participó en los trabajos de proselitismo que debían concluir en la Convención Nacional Antirreeleccionista, a realizarse en la ciudad de México en abril de 1910 y de donde saldría el candidato opositor a la presidencia. Como era de esperarse, Aquiles fue nombrado delegado. En su discurso de aceptación volvió a enarbolar la bandera del proletariado, de las clases menesterosas, del pueblo obrero como elemento fundamental para la reinvención de la Patria, para la reivindicación de sus derechos: “Dicen que sois miserables, que sois viciosos, pero yo sé que sois moralizados puesto que para vosotros la patria se ha convertido en madrastra y, sin embargo, os preocupáis por sus destinos y trabajáis porque sea grande y digna. Aunque no somos intelectuales, aunque somos reclutas en el ejército que forma el Partido Antirreeleccionista, comprendemos los grandes compromisos contraídos por nosotros para con la posteridad, pero ese compromiso no quiere decir que sacrifiquemos nuestros ideales, sino que por el contrario nos obliga a trabajar por ellos, nos obliga a despertar, es decir, interesarnos por la política de la Patria y nos obliga a unirnos para combatir los males de que adolecemos”. Durante la Convención no hubo sorpresas. El 15 de abril de 1910, Francisco I. Madero fue designado candidato a la presidencia de la República por el partido Antirreeleccionista y el doctor Francisco Vázquez Gómez como vicepresidente. Un mes después el candidato visitó Puebla. Su presencia en la heroica ciudad de Zaragoza fue para Serdán la apoteosis del antirreeleccionismo. Algunos días antes, le había escrito Madero: “Algunos de los miembros del Comité se oponen tenazmente a que vaya, porque creen que puede ser peligroso para nuestro Partido; pero yo estoy convencido de que esos peligros son imaginarios y estoy resuelto a ir”. Madero logró reunir cerca de veinte mil personas que retaron a la autoridad del gobernador y al jefe de policía. El mitin transcurrió en absoluta calma y por la tarde del 15 de mayo, Carmen organizó una recepción para don Francisco en la casa de la calle de Santa Clara donde vivían los Serdán. Decenas de personas acudieron a saludar personalmente a Madero, a transmitirle sus inquietudes, a expresarle su apoyo. La gente creía, verdaderamente creía, en la posibilidad del triunfo antirreeleccionista. Don Porfirio no lo permitió. En junio de 1910 el viejo dictador ordenó detener la campaña electoral de Madero. En Monterrey fue aprehendido bajo los cargos más absurdos, como intentar obstruir la justicia. De inmediato fue trasladado a San Luis Potosí, ciudad en la que estuvo confinado los siguientes meses. En otros lugares del país sus correligionarios corrieron la misma suerte o en el mejor de los casos alcanzaron a huir del país. El 26 de junio se consumó el fraude y las elecciones favorecieron la séptima reelección de Porfirio Díaz para el periodo 1910-1916. Mientras muchos maderistas se encontraban en diversas cárceles del país, la corte porfirista se dispuso a celebrar fastuosamente el centenario de la independencia de México como si hubiera sucedido. Tres días más tarde, Serdán escribió al Club Antirreelecionista Central informando del fraude y pidiendo instrucciones. “He de agradecer a usted se digne decirme qué actitud debemos tomar, pues sería muy difícil enumerar tantos abusos que se han cometido en el estado de Puebla con motivo de las elecciones. Los atropellos a la ley para llevar a efecto el fraude no tienen nombre con que poderse calificar; se quejan tanto que verdaderamente causan una profunda indignación los hechos relatados por nuestros correligionarios en diversas partes de la ciudad”. Ni siquiera tuvo tiempo de recibir instrucciones. La situación era verdaderamente caótica cuando Aquiles recibió el pitazo de que un juez poblano había girado instrucciones para ponerlo preso. La orden de aprehensión llegó desde la ciudad de México e incluso se envió su filiación: “estatura un metro setenta y dos centímetros, color blanco, pelo, cejas y bigotes castaños, barba rasurada y poblada, ojos cafés, complexión regular, calvo”. Serdán tuvo que esconderse en el interior de la casa de Santa Clara, en un hueco que hizo en la pared. El hoyo estaba cubierto por una cómoda y le sirvió de guarida una mañana de julio, cuando cuarenta policías entraron a catear su domicilio. Pasado el peligro, la familia Serdán se reunió para tomar decisiones drásticas. Aquiles no podía permanecer un minuto más en Puebla, era necesario ayudarlo a salir de la ciudad. Debía marchar a San Antonio, Texas, donde comenzaban a reunirse los exiliados maderistas. Aquiles se escondió en una enorme caja que fue transportada por Carmen y su amigo Miguel Rosales. Lograron burlar la vigilancia y durante un par de semanas se ocultó en la propia casa de Rosales. Para la fuga definitiva, se quitó el bigote y se tiñó de rubio el escaso cabello que le quedaba, de modo que parecía un extranjero. Tomó el ferrocarril y días después telegrafió a Puebla diciendo: “Güera, llegó el güero sin novedad”. Serdán estuvo en San Antonio desde agosto hasta finales de octubre de 1910. Sobrevivió en el exilio gracias al dinero que enviaba Madero para ayudar a los desterrados. En los primeros días de octubre, Madero escapó de San Luis Potosí y huyó a Estados Unidos. Durante su cautiverio había tomado una decisión definitiva que cambiaría el curso de la historia. Estaba decidido a levantarse en armas contra la dictadura de Porfirio Díaz. El traje para la viuda Cuando se vio en el espejo no pudo contener la risa. El vestido negro confeccionado por la casa “Joske Bros. Co.” cubría completamente su cuerpo, del cuello a los pies. El velo negro de crespón mantenía oculto el rostro y los guantes del mismo color no dejaban ver las manos recias del zapatero. Lo único que lo delataba era la voz, sus grandes pies y la forma poco femenina de caminar. Aquiles no podía dejar de sonreír al verse con aquel curioso atuendo. Su buen humor rompía la tensión de los últimos días. Madero había llegado a San Antonio a principios de octubre y en cuanto se instaló comenzó a presidir diversas reuniones con los otros exiliados. Los principales líderes de los movimientos locales lo acompañaban en el destierro: Juan Sánchez Azcona, Federico González Garza, Gustavo Madero, Camilo Arriaga, Roque Estrada, Luis Aguirre Benavides y por supuesto, Aquiles Serdán, entre muchos otros. El cuartel general de los futuros revolucionarios se estableció en la casa Hutchins, donde se había instalado Madero con algunos de sus familiares. Durante las siguientes semanas fue el centro de operaciones. Cada exiliado tenía sus propias responsabilidades. Madero se encargaba de la compra y transporte de armas, otros planeaban la estrategia militar, algunos más escribían artículos para la prensa local tratando de justificar el movimiento que estaba por iniciar. Entre el 20 y el 23 de octubre de 1910, Madero, Sánchez Azcona, Federico González Garza, Enrique Bordes Mangel y Roque Estrada se reunieron para darle forma a la idea revolucionaria. De las extenuantes sesiones nació un borrador de documento que fue discutido varios días más. Aquiles Serdán lo conoció en la casa de Fernández Arteaga. Algunos maderistas señalaban que el documento debía contener reformas, un proyecto político integral y algunas iniciativas de leyes, que antes de iniciar la revolución se planteara un programa de gobierno. Sin embargo, durante la última sesión y para evitar mayor pérdida de tiempo, Madero fue muy claro: “Este no es un cuerpo de leyes, simplemente es un llamado a las armas; las reformas se realizarán a través del Congreso de la Unión”. La noche del 26 al 27 de octubre Madero aprobó la versión definitiva del plan revolucionario. A las dos de la mañana, Sánchez Azcona y Bordes Mangel salieron de la casa Hutchins con el documento en mano rumbo a la imprenta del Alamo donde ya los esperaba Paulino Martínez. Ellos mismos se encargaron de la impresión. “Afuera del local, Aquiles Serdán hacía guardia para evitar cualquier interrupción --escribió David Nathan Johnson--. Se imprimieron cinco mil copias en papel India que era muy ligero y manejable. Por la mañana Madero firmó cada una de las copias con su puño y letra. El documento se dio a conocer con el nombre de Plan de San Luis. En sus líneas quedó establecido que todos los mexicanos debían tomar las armas a partir de las 6 de la tarde del domingo 20 de noviembre de 1910. Comenzó de inmediato la distribución y los preparativos finales. Cada uno de los exiliados debía regresar a su lugar de origen a informar a otros correligionarios lo que había dispuesto la junta revolucionaria en San Antonio. Ya nadie podía detener al movimiento armado. A Madero le preocupó particularmente el regreso de Aquiles Serdán a Puebla. Prácticamente se había convertido en el enemigo público número uno del estado, su cabeza tenía precio y era fácil de identificar. “Decidimos entonces disfrazarlos de ‘viuda’ --escribió Juan Sánchez Azcona--. Pero una vez que Aquiles se probó [el vestido] comprendimos que el peligro no había desaparecido del todo, a pesar del disfraz, pues las manos, la voz y los pies delataban al varón. Para evitar siquiera a medias una emergencia, era preciso que alguien más acompañase a Aquiles en su peligroso viaje”. Y como una “viuda decente” no podía viajar sola, los revolucionarios decidieron que “doña” Aquiles fuese acompañada por dos “sobrinos” perfectamente enlutados que habían trabajado con Sánchez Azcona en su periódico México Nuevo. Así, dos jóvenes, uno llamado Fausto Nieto y el otro de apellido Horta escoltaron a Serdán hasta Puebla. Momentos antes de partir, Aquiles bromeaba con su curioso atuendo. El 29 de octubre se despidió afectuosamente de las damas que le habían ayudado a vestirse y particularmente de doña Sara Pérez de Madero a quien le dijo con macabro optimismo: “Llevo aquí el traje para la viuda”. Tres días después, don Francisco recibió la noticia de que Serdán había llegado con bien a Puebla dispuesto a encabezar el movimiento revolucionario en el estado. Faltaba poco menos de un mes para el inicio de la revolución, y la incertidumbre dejaba caer su sombra sobre Puebla. Continuará… Correo electrónico: alejandro_rosas@infosel.net.mx

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