13 sept 2010

POR LA VERDAD Y LA CONFIANZA

POR LA VERDAD Y LA CONFIANZA

Dra. Zaida Alicia Lladó  Castillo

LAS MUJERES MEXICANAS SU PRESENCIA EN LA INDEPENDENCIA Y REVOLUCION MEXICANA (1810-1910)

El surgimiento de una visión hacia la participación política de las mujeres mexicanas, está unida al proceso de transformación política del país y del mundo que las mujeres decidieron impulsar en el transcurrir de más de dos siglos, con el propósito de dejar su contribución en los cambios nacionales y aquellos que permitieran reducir las desigualdades en el trato entre hombres y mujeres, y que conllevó repercusiones sociales, culturales y económicas que marcaron las diferencias entre su actuar público y  privado.

Las  iniciativas femeninas mexicanas tuvieron su base en lo que ya venía aconteciendo en el siglo XVIII y XIX en los movimientos feministas mundiales, que se presentaron como detonantes y significativos para ellas y motivaron a la participación política de muchas mujeres en los siglos XIX y principios del siglo XX. 

En la historia de México las mujeres mexicanas, ubican su presencia y participación política en causas nacionalistas desde los movimientos independentistas de 1810 con figuras femeninas unidas a los mismos. Quienes destacan por su participación valiosa en la gesta de Independencia de 1810, son principalmente Josefa Ortiz de Domínguez (1768-1829), esposa de Don Miguel Domínguez, corregidor de Querétaro. Ella se integró a la insurgencia y apoyó a Miguel Hidalgo, al advertirle que la conspiración había sido descubierta, lo que derivó en la convocatoria para que el pueblo se levantara en armas la madrugada del 16 de septiembre de 1810.

Leona Vicario Fernández de San Salvador (1789-1842) también hizo lo propio --junto con otras mujeres integradas a una organización secreta de la cual era fundadora, llamada Las Guadalupes-, pues sirvió como correo de los insurgentes, y como espía en la Ciudad de México hasta que fue descubierta y puesta presa. Fallece en la ciudad de México en 1842.

En menor medida Mariana Rodríguez del Toro de Lazarín, que, aunque no desafió a su marido don Manuel Lazarín (español realista que simpatizaba con la causa rebelde), tenía un salón en el que la política era un tema de conversación bastante frecuente. En una de ésas discusiones, Doña Mariana presentó un plan para tomar al virrey Francisco Javier Venegas como rehén para obtener la liberación del Padre Miguel Hidalgo; desafortunadamente, su conspiración fue descubierta.

Otros nombres menos conocidos son el de Gertrudis Bocanegra fusilada en 1818 por los realistas, así como María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio Barba, “La Güera Rodríguez”, que trascendió no sólo por su apoyo a la insurgencia sino por transgresora al deber ser femenino (Galeana, P. 2007) .

Así mismo, existen muchos rostros que han quedado en el anonimato, tales como las esposas de los insurgentes y aquellas que desde provincia realizaron lo propio apoyando  la causa. Entre esos casos estaban las mujeres realistas denominadas “las patriotas marianas”, siendo la primera organización femenina secular conocida en la ciudad de México y fue fundada por Ana Iraeta de Mier. Cuando el ejército de Hidalgo rodeó la capital en 1810, ellas protegieron a la Virgen de Los Remedios, patrona del ejército realista. Guardaban la imagen de la virgen en la catedral y la bordaban en las banderas del ejército, para contrarrestar los estandartes de la virgen de Guadalupe; además colaboraron con la propaganda española, y recolectaron fondos que destinaron principalmente, para ayudar a las familias necesitadas de soldados realistas. Este grupo estaba formado aproximadamente por 2500 mujeres.

La gran capacidad de las mujeres de la independencia se hizo evidente entre el gobierno y los revolucionarios, muchas de ellas contribuyeron muy modestamente repartiendo clandestinamente propaganda. Algunos de estos folletos que repartían había uno que decía: “a la guerra americanas, vamos con espadas crueles a darle muerte a Calleja y a ver al señor Morelos”.

Así mismo, una veracruzana que se identifica como partícipe en la lucha por la independencia de México fue, doña Teresa Medina de la Sota Riva, mujer que desempeñó acción semejante al de Doña Josefa Ortiz en el movimiento de Independencia. Su figura aparece en los manuscritos inéditos del párroco de Córdoba, Veracruz que contiene sus recuerdos de 1811 y que dice:

    La persona que con más denuedo trabajó por la Independencia de México en la provincia de Veracruz, fue una mujer, Doña Teresa Medina de la Sota Riva, esposa del coronel del regimiento de la corona. Con sus persuasión y sus bienes, con sus oportunos avisos, gastando mucho dinero y exponiéndose más, logro formar la primera reunión respetable de “americanos” (denominación  original de los nativos mexicanos) en el Estado de Veracruz, pues todos los que fueron a apoyar y fomentar la gesta por el rumbo de Naolinco en 1811 y 1812, salieron de la casa de Doña Teresa Medina de la Sota-Riva. (Lladó, 1985)

Hago un paréntesis en este momento para mencionar que en la ciudad de Xalapa a la altura de la calle Clavijero entre las calles de Isauro Acosta y Melchor Ocampo, se encuentra un triste callejón que tiene por la parte de atrás la calle José Azueta, que lleva el nombre de Doña Teresa Medina y pocos saben lo mucho que significó su  presencia en las causas de la Independencia de México. En Veracruz, nuestro estado debiera tener un lugar especial y no dejarla en el olvido.

Pero continuando con la historia, en el terreno de las letras, las mujeres también expresaron sus inquietudes en la época virreinal. En la literatura existen claros ejemplos de mujeres que a través de sus poemas y prosa, manifestaron su orgullo de ser mujeres, ya sea a través de un seudónimo o estampando su firma. Uno de esos casos corresponde a Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), quien en la etapa de la Patria-Nación siempre buscó promover su afán liberal a través de los medios impresos.

Igualmente, en esa etapa proliferaron las primeras expresiones formales de las mujeres dentro del periodismo. Entre 1810 y 1920, en este terreno sobresalen las mujeres de los Estados de Yucatán, Jalisco y del Bajío. En estos se identifican algunos grupos y asociaciones literarias, tales como: “Hijas de Cuauhtémoc”, “Club Lealtad”, “Centro Bohemio”, “Ateneo Femenino”, “Círculo Feminista de Occidente”, “La Siempre Viva”, entre otros. Así como en los suplementos y revistas: “No Reelección”, “Correo de las Señoras”, “Aurora”, “Página Literaria y de la Mujer”, “Ilustración de México Libre”, “Violetas de Anáhuac”, etc. (Gutiérrez, 2000:215).

“Violetas de Anáhuac” es una de las publicaciones más sobresalientes, editada por Laureana Wright Kleinhans, (1846-1896), quien desde 1887 plantea ya en un medio impreso el pleno reconocimiento a los derechos sociales y políticos de las mexicanas. (Hernández y Rincón, 1992: 19). Pero es a fines de ese siglo, en 1870, cuando las mujeres hacen sus primeros intentos hacia la participación organizada iniciando la formación de los círculos sociales femeniles, coincidiendo en su momento con algunos grupos o corrientes con tendencias ideológicas y políticas de carácter liberal, como es el caso de los movimientos anarquista (que prevalecen especialmente en el sureste del país) y de la formación de centros escolares de niñas y adolescentes.

En la primera década del siglo XX,  las mujeres campesinas y de la clase obrera, participan junto a sus centrales y grupos revolucionarios uniéndose a las demandas de justicia para el campo y la consecución de mejores condiciones laborales.

Para 1910, la Revolución Mexicana permite a las mujeres campesinas conocer otros espacios geográficos  e identificarse con las causas nacionalistas. Mariana Gómez Gutiérrez, entre otras, destaca por su participación empuñando las armas en el ejército de la famosa División del Norte. Como ella, muchas otras soldaderas anónimas participan en la lucha armada en el centro y sur del país. El movimiento revolucionario les permitió a ellas encontrar el sentido de una lucha lejana aun a emprenderla por sí mismas, con las de su mismo género o dentro de las instituciones políticas.

En el plano de los movimientos laborales, ejemplos gloriosos de valentía se presentan en aquellas mujeres que enfrentaron la brutal represión del Gobierno de Díaz contra los obreros y obreras de las fábricas de Cananea, Sonora en 1906, y Santa Rosa en  Veracruz, en 1907. En este último, nombres de veracruzanas como los de Lucrecia Toris, Margarita Martínez, Anselma Sierra, Dolores Larios, Carmen Cruz, Isabel Díaz de Pensamiento, son recordadas como heroínas al encabezar los movimientos.

En el plano político, destaca también en 1910 Carmen Serdán,  que dirigiera desde la cárcel la primera Junta Revolucionaria de Puebla y apoyara la campaña anti-reeleccionista de Francisco I. Madero, secundando el Plan de San Luís, el cual llamaba a los mexicanos a tomar las armas para defender el principio rector: “sufragio efectivo, no reelección”.

Posterior a la lucha revolucionaria, se presentan hechos que marcan los indicios de la participación política de las mujeres en la época del Porfiriato. El 11 de Septiembre de 1910, más de mil mujeres integradas en el grupo “Las hijas de Cuauhtémoc”, dirigidas por Dolores Jiménez Muro, junto con otros clubes femeninos protestan contra el régimen de Díaz. Así mismo, María Sandoval de Zarco como tipógrafa de la época, imprime el discurso de Belisario Domínguez, en el que se denuncia la traición de Victoriano Huerta. Estos movimientos son un precedente de la presencia de las mujeres, en los asuntos públicos y para los gobernantes y líderes de la época, son hechos que no pasarían desapercibidos.

La incorporación de la mujer mexicana a los centros educativos  la inclina inicialmente a formarse en oficios y profesiones propias de los roles que tradicionalmente han sido elegidos para el papel  en el que  ha vivido históricamente. Su inserción a este sistema se remonta al Porfiriato, en donde la postura ideológica con respecto de  la mujer se circunscribe a la realización de papeles afines a los que realiza en el hogar, y esto se vio reflejado en el marco educativo. Está iniciando el siglo que se distingue como el de la creación y construcción de la nación, entre 1810 y 1920, donde las mujeres mexicanas se conservan sujetas fuertemente a la estructura patriarcal y eso es determinante en el rol familiar y social que desempeñan.

La forma en que estaban estigmatizadas las mujeres de México en la primera década del siglo XX, de acuerdo a su ocupación, lo describe muy bien Natividad Gutiérrez (2000), pues las ubica en diferentes categorías: “En una primera, están aquellas privadas del espacio público las mujeres que aun patriotas o nacionalistas; son madres, hijas o esposas; en una segunda categoría, se agrupa a aquellas mujeres ejecutoras o actoras incorporadas a las instituciones y dentro un proyecto nacionalista, su ingreso a la vida pública responde a una vasta estrategia de integración nacional, de ahí que sean reconocidas maestras, enfermeras, comunicadoras (telegrafistas); una última categoría es aquella en la que se encuentran las intelectuales, creadoras y productoras de cultura. Aquellas que tienen una visión de sí mismas y de cómo miran a su nación o patria, buscan y crean arquetipos en donde condensan visiones, critican o defienden su cultura, historia y soberanía” (Gutiérrez, 2000:215).

Poco antes de que iniciara la Revolución Mexicana, ya la Normal de profesoras (nacida desde 1889)  tenía más de 400 mujeres en su haber. Este era un gran logro para la época, sin embargo los dirigentes de la sociedad del porfiriato no estaban interesados en que las mujeres estudiaran más allá de la primaria.

Para las mexicanas, en la pretensión de buscar su mejoramiento les hizo heredar el sentido de una lucha hacia la búsqueda de oportunidades educativas, laborales, de salud, jurídicas y políticas. El objetivo era incursionar en mejores y más elevados estratos educativos, pues esto les creaba la expectativa de fortalecer sus capacidades y adquirir mayor seguridad en sus actos para lograr ganarse progresivamente un lugar en el medio laboral y social hasta ese momento con presencia predominantemente masculina.

Al constituirse como nacional la Universidad de México en 1910, deja previstas las oportunidades educativas de nivel superior para las mujeres: “de manera expresa se faculta a las mujeres para ingresar a las escuelas profesionales” (Velásquez, 1990: 222-224). Por esta razón muchas mujeres que eran parteras y que hasta ese momento se conformaban con cursos de primeros auxilios y conocimientos de obstetricia, se decidieron a estudiar medicina. “La escuela jugó un importante papel en este sentido, pues a la vez que transmitió la ideología patriarcal, permitió que un buen número de mujeres pudiera prepararse para el trabajo. Así fue que en esa época aumentó el número de maestras y se graduaron algunas abogadas, médicas y dentistas” (Barceló en González, 1977: 73-109).

Matilda Montoya fue la primera mujer que rompe el prejuicio y estudia en la Escuela Nacional de Medicina, lo que es visto como un hecho extraño por sus compañeros de estudio. Después de ella, Columba Rivera la secunda y así sucesivamente hasta acabar con la resistencia al justificarse que las mujeres buscan a otras similares como sus médicos. De igual forma se abren las oportunidades en otras profesiones al ganarse éstas un lugar en todos los campos profesionales. María Sandoval de Zarco, fue la primera mujer que obtiene un título de abogada y tuvo que enfrentar diversas resistencias debido al prejuicio de que en una mujer no era bien visto representar a un individuo acusado de un crimen, lo que la obligó a dedicarse al derecho civil. Para ese momento algunas mujeres, ya trabajaban en establecimientos comerciales sin poner en juego su respetabilidad  (Macias, 2002: 32).

Romper atavismos y tabúes desde la familia, los centros educativos, el trabajo y la comunidad en el pasado, con las consecuencias lógicas de enfrentar al cuestionamiento y a la crítica en una sociedad mexicana aferrada por siglos a conservar la percepción cultural de la sumisión femenina, no fue ni sigue siendo fácil para la mujer mexicana, por lo que su lucha por la consecución del sufragio universal en las primeras décadas del siglo XX provocó que  los Gobiernos de la República Mexicana se interesaran por incorporar una serie de leyes para mejorar su condición de desventaja frente al varón.

En ese sentido el gobierno impulsa reformas constitucionales y a las leyes secundarias, como la Ley del Divorcio, que hace posible que la mujer pueda obtenerlo en varios casos y es decretada en 1914 por el  Presidente Venustiano Carranza. Ésta opera como precedente en la protección de los derechos de las mujeres pues el divorcio procede aun en ausencia del marido; posteriormente, se amplían los logros hacia la obtención de mejores garantías laborales, quedando previstas en la Ley General del Trabajo, como la de gozar de prestaciones por maternidad y eximirlas de la exigencia del trabajo nocturno y de las actividades pesadas y peligrosas (CIM-IEPES-PRI, 1990:32).

Muchas de estas leyes impulsadas por las mujeres,  fueron nulificadas o simplemente ignoradas porque estaban adelantadas a su época. Por ejemplo la Ley de Relaciones Familiares de 1917 que buscaba asegurar mayor igualdad para las mujeres casadas, simplemente estaba en un documento escrito pero no fue puesta en práctica y ante la insistencia de las mujeres por hacerla valer, hizo que en 1927, el Gobierno de Plutarco Elías Calles exigiera la revisión del código civil. (Villa en Macías, 2002:218). De ahí surgieron otras iniciativas que favorecieron a la mujeres en lo códigos penales y civiles.

Los siguientes años se caracterizan por hecho importantes. Antes del constituyente de Querétaro de 1917, ya hay voces que con valentía exigen los derechos políticos de las mujeres. Hermila Galindo de Topete, lleva esas voces al Constituyente pero les es rechazada su petición. Igualmente las voces que se elevan en las Asambleas y Congresos femeniles como el de Yucatán, celebrado del 13 al 16 de Enero de1916 en Yucatán.

Muchos y muy diversos acontecimientos permiten logran avances, lentos pero al fin avances, que produjeron un efecto encadenado de aceptación en el ánimo de las mujeres a inicios del siglo XX, y que fueron útiles para enarbolar las causas de las siguientes décadas cuando se incorporan ya a los partidos políticos y participan en la construcción del México de las Instituciones. Lucha, a favor de su género que hasta estos días no ha cesado.

Mujeres de todo el mundo han pugnado en cada etapa de la historia de los pueblos, por inquietudes de liberación nacional, pero también haciendo notar su sed de justicia, por eso en este 2010, que festejamos el Bicentenario de la gesta de Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana, es justo reconocer tanto los avances como las deudas morales y políticas con las mujeres y los ciudadanos de México, particularmente hacia las más necesitadas que concentran su interés por ser de una vez incluidas en los beneficios sociales, económicos y políticos, aspirando a ser libres y constructoras de una nueva cultura y del desarrollo del México de nuestros días. Debemos reconocer sí avances indudables pero no para la totalidad de la población mexicana,  pues existen muchos núcleos que aun exigen justicia y equidad en la repartición de la riqueza y los reclamos de las generaciones jóvenes que piden oportunidades para insertarse a la vida productiva.

El esfuerzo de las mujeres de la lucha independentista y revolucionaria, así como las responsables de la causas sufragistas que se emprendieron en el siglo XX y las de esta primera década que ya expira del siglo XXI, que defendemos los derechos intelectuales y de consecución de las oportunidades para el desarrollo integral de las mujeres y sus familias no debe ser en vano y la mejor manera de honrar a esas grandes figuras emblemáticas, hombres y mujeres mexicanos que dieron su vida hace doscientos y cien años en que se escribió la historia de su participación en acciones a favor de la nación, como: Hidalgo, Morelos, Vicente Guerrero, Aldama, Josefa Ortiz de Domínguez, Leona Vicario, etc.,  en 1810; y en 1910, con Emiliano Zapata, Francisco Villa, Venustiano Carranza, Francisco I Madero, Carmen Cerdán y sus hermanos, entre otros, sea el de intensificar el esfuerzo para que se logre ese equilibrio de fuerzas sociales , económicas y políticas, y en los acuerdos, podamos todos hacer más grande a México.

Los gritos de “muera el mal gobierno” (interpretado hoy como el hecho de desterrar las practicas gubernamentales corruptas e ineficaces) y “tierra y libertad” (entendiéndola como el derecho de los mexicanos a garantizar su subsistencia física, material y económica de manera justa) , sea lo que hoy nos una para parar los grandes males que en la actualidad aquejan nuestra nación y luchemos juntos Gobierno ( en sus tres órdenes) y sociedad , para honrar a hombres y mujeres que en la historia dieron su vida por los grandes ideales y que tuvieron el valor y el cuidado de darse cuenta a tiempo de los errores cometidos, para enderezar el rumbo y llevar a México a nuevos y seguros horizontes.

Por eso, sin bajar la guardia aun ante las necesidades y dolores que nos aquejan como veracruzanos y mexicanos y nunca perder el orgullo e identidad nacionalista, les invito a festejar con gusto y unidad familiar esta fecha y gritar la noche del 15 de septiembre de 2010: ¡VIVA MEXICO CON TODAS SUS VIRTUDES Y LIMITACIONES! ¡VIVA MI PATRIA EN DONDE NACI Y GESTE A MIS HIJOS! VIVA EL MEXICO,  EN DONDE ESTAN LAS INSTITUCIONES QUE DEFIENDO Y LAS PERSONAS QUE MAS QUIERO! ¡VIVAN LOS MEXICANOS DE HOY Y DEL MAÑANA!

Gracias y hasta la próxima.

Bibliografía y referencias

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