29 ago 2010

LOS RESTOS ROBADOS: HISTORIA DE UNA INVENCIÓN EXITOSA

 

Bertha Hernández | Nacional/ La Crónica

Domingo 15 de Agosto, 2010 |

“Fui el primero en proclamar la desaparición de los restos del héroe máximo de la Guerra de Independencia... don José María Morelos y Pavón, vencedor en Oaxaca. Una vez en pie el asunto, me sirvió, generosamente para mi investigación: en primer lugar mi distinguido amigo el culto historiador don Luis González Obregón, y después los periodistas retirados don Ángel Pola y don Aurelio J. Venegas”. Así presumía, en 1925, el reportero Fernando Ramírez de Aguilar, a quien se le conoce más por su nombre de guerra periodístico: Jacobo Dalevuelta (1887-1953). Así nació una invención periodística tan exitosa, que cada tanto vuelve a resurgir.
“Volar”, se dice en el argot de las redacciones: es inventar, crear una historia que a veces toca los linderos de lo inverosímil, pero que, con suerte, funciona, cunde y se reproduce. “Volar” es cruzar esa franja que separa el buen periodismo de la literatura, con efectos más dramáticos que noticiosos.
Pero Dalevuelta pertenecía a una generación en la que los huecos de la información, derivados de la inexistencia de grabadoras, se llenaban con una buena pluma y mucha inspiración.
Cercana la fecha del traslado de los restos de los caudillos de la insurgencia, de la Catedral Metropolitana a la Columna de la Independencia, Dalevuelta, en entrevista con uno de los responsables del traslado, se enteró de una versión que era casi una leyenda urbana de la época: había “dudas” de que los restos del cura de Carácuaro estuvieran en la capilla de San José, a donde se habían trasladado los despojos mortales de los caudillos insurgentes en 1895. Hoy sabemos, gracias a las indagaciones de un equipo dirigido por el investigador Salvador Rueda Smithers, que, en ese 1895, ya había elementos para detectar que los primeros funerales, ocurridos en 1823, no se habían caracterizado por un orden extremo, y propiciado que algunos de los restos se revolvieran.
Dalevuelta entrevistó a dos leyendas del periodismo decimonónico que aún vivían: Pola y Venegas. Ellos, junto con González Obregón, habían atestiguado en 1895 lo que llamaron “la revoltura de huesos” y así lo declararon. Pero González Obregón, que en 1925 tenía ya 66 años, detonó la sed de ocho columnas de Dalevuelta: el reportero no reparó en la idea de la confusión entre restos. En cambio, algo se le grabó en la mente: “es posible que [Juan Nepomuceno] Almonte, durante sus épocas de poderío, haya bajado secretamente a la cripta y haya recogido los restos, haciéndolos desaparecer; enterrándolos en algún sitio...”. Eso fue suficiente para que Dalevuelta corriera a publicar su hallazgo. Fue tan buena su “volada”, que ha dado, a lo largo de 85 años para nuevas planas de periódicos, investigaciones, viajes y conclusiones parciales, como las de todo investigador profesional que, conforme pasa el tiempo, adquiere más datos y puede replantear sus afirmaciones. Así es esto de la historia. Y así es esto del periodismo.

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