26 sept 2010

ENTRADA DEL EJÉRCITO TRIGARANTE : 1821

Tras la entrada a la ciudad de México del Ejército Trigarante, en 1821, se firmó el Acta de Independencia; ningún insurgente signó el documento

Bertha Hernández | Nacional

Domingo 26 de Sep., 2010

Fiesta. Entre aclamaciones y elogios, Agustín de Iturbide hizo su entrada triunfal a la ciudad de México. Foto: Archivo

 

Pocas notas de primera plana como la que los ciudadanos militares independientes, don Joaquín y don Bernardo de Miramón, editores del Diario Político Militar Mejicano, producido en la imprenta de don Celestino de la Torre, ofrecieron a sus lectores el viernes 28 de septiembre de 1821: nada más y nada menos que la entrada, a la ciudad de México, del Ejército Trigarante, cuyo nombre oficial era Ejército Imperial Mexicano de las Tres Garantías.
Por la crónica que de la marcha hicieron los hermanos Miramón, sabemos que se adornaron las principales avenidas de la ciudad, y se cuidó que por todas partes aparecieran pendones y cortinas verdes, blancas y rojas, colores de la enseña diseñada por Agustín de Iturbide.
Se cuenta que se construyó un enorme arco triunfal “entre la fábrica del convento del seráfico San Francisco y la casa del señor conde del Valle [de Orizaba]”, esplendoroso, aunque un tanto deslavado por el intenso aguacero de la noche anterior. Así, se cuenta, las calles de San Francisco y Plateros (hoy día Francisco I. Madero) lucían engalanadas “con gusto y brillantez”.
Serían las ocho y media o nueve de la mañana cuando los trigarantes comenzaron a llegar a la ciudad. Un piquete de Dragones operaba como la escolta del “jefe primero de dicho ejército”, Agustín de Iturbide. Rodeado de su Estado Mayor, “modesta y sencillamente vestido”, marchaba el Dragón de Fierro. Costaba trabajo verlo entre la multitud que abarrotaba la calle y los balcones, ventanas, azoteas y zaguanes.
Los hermanos Miramón, trigarantes desde luego, y que venían editando el diario desde el 1 de septiembre, establecidos en Tepotzotlán, no escatimaron elogios para con su jefe: aseguran que en esa jornada cientos de personas arrojaron a Iturbide, expresiones tan positivas como “Héroe Mexicano”, “Nuestro Libertador”, Nuestro Padre” y, desde luego, “Padre de la Patria”.
Los Miramón se declararon incapaces de reproducir con palabras el ambiente de fiesta que la capital mexicana le ofrecía al autor del Plan de Iguala: “No es fácil que expongamos tan en breve los diversos, honrosos y gloriosos títulos y epítetos que por toda la carrera hasta el palacio de los antiguos virreyes victoreaban (sic) y aplaudían a nuestro incomparable Washington las diversas clases del pueblo mexicano que agolpado trataba de mostrarle su cordial reconocimiento de honrarlo y admirar sus virtudes patrias y bélicas”.
El diario consigna que, después avanzaron las “valientes y bizarras” divisiones de Anastasio Bustamante, Vicente Guerrero, Nicolás Bravo, Pedro Zarzosa, el marqués de Vivanco, y otros más. Tan largo era el contingente trigarante, que el repique de campanas, que empezó al entrar Iturbide por la mañana, se acabó hacia las tres de la tarde, después de un desfile que duró seis horas, y en el que habían participado, por lo menos, doce mil soldados trigarantes.
Iturbide, después de haber hecho alto en el antiguo palacio virreinal, que se volvería la sede del nuevo gobierno independiente, caminó, entre salvas, a Catedral, donde lo recibió el arzobispo Pedro José de Fonte, acompañado por el cabildo, para asistir a un Te Deum por la nueva patria independiente.
Quienes insisten en acusar a Porfirio Díaz de fusionar la fiesta de su cumpleaños con la del inicio del movimiento insurgente tal vez han dejado pasar el nada inocente empeño de Iturbide: los trigarantes entraron a la capital el 27 de septiembre, día de su cumpleaños, y ahí estaban los Miramón para puntualizar el hecho: “El 27 de septiembre, día en que felizmente cumplió años el Excmo. Sr. Iturbide, según anunciamos ayer mismo, sería un día indeleble en la memoria de los mexicanos, juntando con inexplicable placer la reconocida y magnífica México el día en que vio perfeccionada su libertad y en el que va numerando los años completos de la preciosa vida de su heroico libertador. Todo fue ayer júbilo y contento: todo paz, unión y fraternidad”. El problema es que esa paz duraría muy poco: Iturbide se convertiría en el emperador del joven México independiente, inestable aún, pobre y presa de las ambiciones humanas. Muchos de sus contemporáneos verían llegar la mitad del siglo entre asonadas, pronunciamientos y traiciones. El Dragón de Fierro no vivió para verlo, abdicó en marzo de 1823 y se marchó al exilio. Entusiasmado con la idea de regresar y recobrar la gloria y el poder, se atrevió, sin saber que estaba proscrito y sentenciado, a pisar tierra mexicana, el 15 de julio de 1824. Reconocido y aprehendido al día siguiente, lo fusilaron, sin juicio, tres días después.

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