18 jul 2010

FIN DE UN CAUDILLO


Centenarios: Balas y muerte para el general Obregón

Fin de un caudillo. Hace 82 años, con los acordes de El Limoncito, Álvaro Obregón sucumbió a las balas de León Toral

Bertha Hernández | Nacional

Domingo 18 de Julio, 2010 | Hora de creación: 00:15| Ultima modificación: 01:03

Presentimiento. En sus últimos días, Obregón abandonó su carácter jovial. Fotos: Archivo

 

Era15 de julio de 1928 cuando el general de división Álvaro Obregón, candidato reelecto a la Presidencia de la República, descendió del tren que lo traía de Sonora, en la estación Colonia de la ciudad de México. Desoyó los recelos de muchos de sus seguidores: en la capital, lo aguardaban los rencores, los muchos enemigos, los descontentos con su regreso al poder. Cuentan que por esos días abandonó su jovialidad, su buen humor, sus chistes. Le daba vueltas a la idea de la muerte.
Y con todo, se fue a la capital. Iba a negociar su nueva Presidencia, a obtener garantías de Plutarco Elías Calles: no quería que le heredaran ministros o funcionarios de alto nivel. La noche del 16 de julio, en su casa de la colonia Roma, se inquietaría con el aullido recurrente de un perro, y recordaría la conseja según la cual esos aullidos auguraban una muerte. Le sugirieron cancelar la comida del día 17 con los diputados guanajuatenses en el restaurante La Bombilla, en el pueblo de San Ángel, pero se rehusó. Allá lo alcanzó la muerte de la mano de un joven católico: José de León Toral.
UNA SONRISA. Los obregonistas vieron en un embalsamamiento descuidado, en la poca gente que siguió el cortejo, la señal clara de que el presidente Calles o sus subordinados tenían que ver con el crimen. Se volvería leyenda la afirmación de que, pese a haberse escuchado seis disparos en La Bombilla, el cadáver del general tenía 13 orificios de bala. Pero el momento de mayor peligro se dio en el hogar del caudillo asesinado. Tendido el cuerpo en una habitación del piso alto, Calles se apersonó en la habitación y puso su rostro frente al del muerto. Y los testigos, como el senador Higinio Álvarez, aseguraban que el presidente sonreía. Indignados, los obregonistas presentes urdieron balear a Calles allí mismo, todos al mismo tiempo, para que nadie supiera quién había disparado el tiro mortal. Antes de que reaccionaran, Calles se retiró, gracias a que Antonio Ríos Zertuche recomendó al general Joaquín Amaro abandonar la casa.
MEMORIA. En los últimos años del siglo XX, aún quedaban allá en Sonora algunos ancianos que en sus días jóvenes, habían sido peones de El Mocho, como le llamaban. Ellos recordaban que en un tris estuvo El Mocho de morirse ese mismo 1928 pero a manos de ellos, cuando el patrón les negó el aumento de jornal que pedían. Algún campesino jovencísimo, encorajinado, le apuntó de lejos con su carabina, pero los más viejos le estorbaron la decisión. De todas maneras, era un asunto de tiempo. Aunque Obregón no hubiese sufrido ningún atentado, habría muerto pronto. El médico de Obregón, Alejandro Cerisola, vio el corazón esclerótico del general. Era inevitable un infarto "en un plazo más o menos breve".
DESPEDIDA. Los funerales del caudillo fueron apresurados, incómodos. Un homenaje de cuerpo presente en Palacio Nacional y luego el traslado por ferrocarril a Huatabampo, Sonora, pues Obregón había tomado la decisión desde hacía tiempo: no quería descansar en la ciudad de México, y tampoco estaba dispuesto a que lo exhumaran un día para trasladarlo a algún monumento. La instrucción se transmitió a su descendencia. Eso explica que los restos de Obregón permanezcan aún en Sonora. Pero todavía, cuando ya se apagan las canciones de la Feria de las Flores en San Ángel, revive la memoria de aquel asesinato.

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