LECCIONES DE HISTORIA
EL DIARIO DE MÉXICO
Fuente Presidencia de la República
Lecciones de historia: El Diario de México
Indudablemente, la historia es la gran maestra del hombre. Quien la desestima o la ignora, niega en cierto modo la posibilidad de construir un futuro mejor. El conocimiento del pasado debe convertirse en un instrumento del análisis actual y sumarse al análisis político y económico. En 1805 comenzó a circular el Diario de México, primer periódico de circulación diaria. Lo más asombroso es que, buena parte de la problemática que se trataba por entonces, la seguimos discutiendo en la actualidad. Las primeras luces del siglo XIX iluminaron a una Nueva España que parecía reflejarse en la eternidad. A lo largo de su historia, el más grande virreinato de América había sorteado toda clase de escollos. Durante casi tres siglo, temblores, inundaciones, epidemias, motines y reformas políticas y económicas amenazaron la joya más preciada de la corona española, pusieron en riesgo a su legendaria capital y cimbraron hasta la última columna del palacio virreinal. Pero sobre la adversidad cimentó su fortaleza. El año de 1800 anunció el arribo del siglo XIX mostrando a la Nueva España más sólida que en toda su historia desde 1521. Tocada por la divinidad, el vasto reino gozaría, quizá, de un regalo de los cielos que sólo Dios poseía: la eternidad. Quien eso creía, no parecía estar equivocado. A pesar de la marcada desigualdad social señalada desde 1804 por Alexander von Humboldt, el territorio novohispano, con sus casi cuatro y medio millones de kilómetros cuadrados y seis millones de habitantes, tenía recursos suficientes para presentarse al mundo como el “cuerno de la abundancia”. Al menos en las ciudades, la gente vivía disfrutando de la paz y tranquilidad del inicio del siglo. La ciudad de México lucía como el mejor ejemplo del promisorio futuro. Desde 1789 el virrey Revillagigedo, “superior a todos los que tuvo la Nueva España”, había transformado la capital limpiando sus plazas, empedrando las calles principales, estableciendo el alumbrado público y reordenando por primera vez en la historia el comercio ambulante. Hacia 1805 la ciudad contaba con casi 150 mil habitantes. Tenía entonces 304 calles, 140 callejones, 12 puentes, 64 plazas, 19 mesones, 2 posadas, 28 corrales y 2 barrios. Y desde ese año podía ufanarse de tener la primera publicación cotidiana de la historia mexicana: El Diario de México. “Amable Lector...” Fundado por Jacobo Villaurrutia y Carlos María de Bustamante -célebre creador de los mitos históricos del siglo XIX-, el Diario de México comenzó a circular a partir del 1 de octubre de 1805 y vio su fin el 4 de enero de 1817. Entre 1805 y 1807, el novedoso periódico dio cuenta de la vida cotidiana a través de sus cuatro páginas diarias, mostrando una sociedad que parecía estar suspendida en el tiempo. A pesar de las graves contradicciones sociales, no se percibía cambio alguno y la ciudad continuaba su andar al ritmo de las campanas de Catedral. Ni siquiera la “Consolidación de Vales Reales” implementada en 1804 y por la cual los bienes inmuebles de decenas de particulares tuvieron que ser rematados, despertó a la sociedad de su letargo. Al menos, no, en ese momento. El largo periodo de calma anunciaba en el horizonte la tormenta que iniciaría en 1808 -con el intento independentista criollo- y que en 1810 se convertiría en una tempestad de dimensiones incalculables. Pocos lo advirtieron, y entre el reducido grupo, varios eran lectores del cotidiano periódico. Hacia 1808, el Diario de México tenía 396 suscriptores. 250 residían en la ciudad de México y 146 eran de los llamados “foráneos” quienes recibían su ejemplar en lugares como Querétaro, Veracruz, Colima, Puebla, Villa de Córdoba, Orizaba, Coscomatepec, Izúcar, Perote, Atlixco, Apam, Silao, Patzcuaro, Sayula y Guadalajara. Entre los suscriptores destacaban los canónigos, maestros, científicos, militares, jueces, abogados, comerciantes, uno que otro hacendado y siete mujeres –de la ciudad de México-, de rancio abolengo y de las cuales una era monja. El contenido del Diario abordaba los más diversos temas. Era un deleite leer las noticias de ciencia, recitar los sonetos y letrillas, comentar los consejos de moral para la vida diaria y los anuncios de propiedades a remate; aprenderse los cantos religiosos para las ceremonias más importantes del año; relatar los asuntos históricos, conocer de música, acercarse a la literatura, mantener un cuerpo sano con los consejos y recomendaciones de medicina y sobre todo reflexionar en torno a la velada crítica que los editores hacían de la situación virreinal, donde salía a relucir la educación, la política y la cultura. Con sus escasas cuatro páginas, El Diario de México fue un espacio público para la discusión. Los lectores se enfrascaban en debates escritos, cuestionaban, respondían y refutaban. Al lado de notas amables, poesías o consejos, aparecían las opiniones del público lector que generalmente firmaba sus intervenciones con curiosos seudónimos o simplemente con iniciales que dieron forma al mejor retrato de una época que, en 1808, tocaba a su fin. El Mito Genial En su edición del 2 de noviembre de 1807, el Diario publicó una carta firmada bajo el nombre de “Gil Gazapero”, titulada “Sobre las riquezas de México”. Su percepción no podía ser más lúcida y atinada: “Aunque en México hay riquezas, no es rica la ciudad, porque todo lo que se acuña, sale del reino, pasando por pocas manos: porque a excepción de un corto número de comerciantes acaudalados, los demás giran con capital ajeno, perteneciente en la mayor parte a personas de fuera del reino”. El diarista o editor apuntaba al término de la carta –no sin cierta intención descalificadora- que ese tipo de cuestiones requerían de “muchos conocimientos especulativos y prácticos, mucha crítica para saber analizar, aplicar y deducir”, sin embargo, había decidido publicarla para que los “curiosos discurran”. Junto con el editor, otros lectores diferían con la visión de don Gil. Ya desde entonces había quienes consideraban a la pobreza “un mito genial” y la respuesta de un “curioso” llegó a los pocos días: “Los miserables, que dice el Gazapero –respondió un anónimo lector- son en mi concepto los que la pasan mejor en México. Ellos no necesitan casa, ni muebles, ni ropa y con cualquier cosa que coman, está contento su paladar y satisfecho su vientre. Creo que no pasan en México de 800 personas de ambos sexos, las que andan descalzas de pie y pierna, los más de los hombres sin camisa, y sin más ropa que una frazada vieja”. Y como eran tan pocos, la solución al problema de la pobreza era sencillo: “México el día que vista y calce a toda su plebe, tendrá una riqueza considerable en los consumos de su numerosa población”. Educación y Patria En más de una ocasión, los lectores de el Diario alzaron la voz en favor de una idea digna de ser escuchada: la “escuela patriótica”. Apoyada por prelados, cabildos eclesiásticos, ricos solterones y hombres acaudalados se organizarían centros de enseñanza donde los jóvenes de las clases menesterosas serían instruidos en religión, primeras letras y en algún “oficio mecánico”. Una vez terminados los estudios, los mismos benefactores proporcionarían los medios necesarios para habilitar talleres donde los egresados podrían ejercer su carrera técnica y el lugar desocupado en la escuela sería tomado por nuevos alumnos. “Porque unos jóvenes bien educados –escribía en el Diario un suscriptor- es consecuencia segura, que harán lo mismo con sus hijos, y aunque uno que otro se extravía, no es de creer que suceda lo mismo a todos”. Un avispado lector cuestionó el ideal educativo de la escuela patriótica poniendo el dedo en una terrible llaga -vigente hasta nuestros días: “Sin buenos maestros, casi es peor que haya escuelas. Sin dotaciones competentes no puede haber buenos maestros; y para tantas dotaciones competentes se necesitan unos fondos inmensos”. El maestro mal pagado, se convertía así, en el principal obstáculo para las escuelas patrióticas. La sociedad novohispana creía a pie juntillas en la educación gratuita pero sólo para aquellos alumnos que no tuvieran recursos económicos. Era imperdonable dejar escapar el talento natural por falta de una enseñanza adecuada. Así lo señalaba otro asiduo lector de el Diario: “...hay muchos artesanos diestros, y hombres de bien, que teniendo destreza suficiente, se ven precisados por falta de arbitrios a embotar su habilidad, y perecer a manos de la miseria; inutilizándose el fomento y cultivo de las artes, ramo el más interesante para la felicidad de una Nación. Para beneficiar a éstos me parece útil la erección de un fondo de piedad, con el objeto de habilitar a los artesanos diestros y hombres de bien, que por falta de recursos estuvieran sin giro”. El siempre escabroso tema de la educación no desató polémica como tantas otras materias abordadas en el periódico. Las visiones coincidían y se complementaban. La conclusión era una: la consolidación de la patria se fundamentaba en la educación de cada uno de sus habitantes y en ella radicaba su próspero futuro. Escritores y Musas Otros temas, más amables, también solían abordarse. Poetas improvisados, escritores en ciernes, amantes del romanticismo y enamorados del amor contribuían con sus creaciones literarias no siempre afortunadas. La respuesta del público era el mejor indicador del éxito o fracaso de los noveles escritores. El jueves 10 de septiembre de 1807, el firmante “Justo Laconio”, decidió ponerle fin a la aventura poética de un hombre que escribía versos con motivos religiosos: “...es insoportable el canto de la Natividad que ha publicado –le expresaba al editor- aconséjele usted al buen señor poblano, que se deje de poetizar, porque aunque hace sus coplas y algunos versos, seguramente no es poeta. Su buena intención y sus buenos deseos merecen que se desengañe y se le diga que se dedique a otro ramo”. Las siete mujeres suscriptoras podían sentirse halagadas al encontrarse con sonetos y versos alabando al sexo femenino. En “El sueño interrumpido”, el señor Arezi rendía tributo a la musa de musas: la mujer. ¡Las mujeres...! O Lenio, disimula/ al nombrarlas mis súbitos transportes./ Las mujeres el clásico ornamento son de este bajo mundo:/ el blando suave fuego que circula,/ moviendo los elásticos resortes, del hombre entusiasmado, o soñoliento. Cuando absorto difundo,/ mi vista por los seres/ diversos, en el globo derramados,/ un objeto no encuentro más pasmoso,/ ni más encantador que las mujeres... Pero si había poetas que exaltaban las virtudes femeninas, otros hacían burla de un grupo de mujeres tradicionalmente mal visto por los hombres: las suegras. No sin cierta complicidad, el sexo masculino comentaba la mordacidad de ciertas poesías que, seguramente, las mujeres abominaban. El miércoles 9 de septiembre de 1807, apareció publicada una Elegía que se presentaba bajo el título: “Un yerno agradecido tributa a su suegra los últimos honores irónico-lúgubres”: “Al son de la zampoña destemplada/ tan solo acompañado de mi pena/ con dolorosa voz la muerte lloro de la más venerable de las suegras./ ¡O mujer a ninguna comparable! Ejemplo, honor, y espejo de la suegras!/Escucha de tu yerno los suspiros,/ que exhala inconsolable acá en la tierra./ Tú eras la que siempre muy gustosa,/ como aquel que conduce mansa oveja/ a su destino, llevabas a tu hija/ a los bailes, visitas y comedias. Ninguna musa alegre hoy me influya,/ pues jamás los genios se hermosean,/ ni se adorna con flores los sepulcros/ cuando allá conducimos a las viejas”. Amor y desamor, engaño, pasión, muerte y religión, se combinaban para darle el toque poético a el Diario de México. Algunos autores, poco ortodoxos, decidieron no cantar loas a la mujer, a la suegra o a la religión. Seguramente solitarios, su única compañía era la que recibían de esos pequeños animales, cuyos lanudos y pachones cuerpos se combinaban con una tierna mirada de lealtad, suficiente para hacer brotar los sentimientos más sinceros y los versos más sublimes. El martes 8 de octubre de 1807 fue publicado “Elogio del perro”: “Mi asunto es muy diverso: es creo, nuevo;/ y por lo mismo debo/ esperar que el lector indulgente,/ no saque su afilado, y duro diente,/ ni lo clave en mis versos, y mis yerros,/ al ver mi musa dedicada a los perros./ Otros antes que yo con versos gratos/ escribieron de perros y de gatos,/ amores, celos, guerras, desafíos;/ pero los versos míos,/ de interés, y esperanza tan distantes/ aspiran, y no es poco, en éste rato/ a delinear del perro un fiel retrato. En su afecto constante,/ y en su fidelidad, al hombre enseña;/ y de ambición distante,/ no es el vil interés el que le empeña/ en su deseo innato/ de ser a su amo eternamente grato. Humilde lame la atrevida mano,/ que con causa, o sin ella lo castiga,/ y a fuerza de humildad,/ a su amo obliga a trocar lo colérico en humano”. Miscelánea de Noticias Con una clara visión a futuro, los editores de el Diario de México establecieron una paginación continua que vinculaba un número con otro, haciéndolo coleccionable. Los ejemplares de cuatro meses se encuadernaban para formar un volumen de 518 páginas, el cual incluía un índice temático de las escritos publicados en verso y en prosa y la lista completa de suscriptores. La variedad de temas era tan diversa que se podían encontrar desde reflexiones de orden moral como la integridad hasta algo tan macabramente original como un “modelo para convites de entierro”: “Muy señores míos de mi mayor veneración y respeto, la Divina Majestad de nuestro Redentor Jesucristo se ha servido de llevarle el alma a don Juan Miguel Belis, el cual es cadáver, y para darle sepulcro a su cuerpo es de menester de ustedes su asistencia que así espero lograrla en el día de mañana a las nueve del día. Celebro esta ocasión pues me franquea la de lograr sus asistencias y deseándoles la más perfecta salud y que la Divina Majestad de Nuestro Señor Jesucristo se las facilite innumerables años. Su más atento servidor”. Descrita con elegante y correcta prosa, no podía faltar la terrible nota roja. El 14 de septiembre de 1807, el Diario comentaba una noticia que, casi dos siglos después, sería cosa de todos los días: “Antes de anoche, cerca de las oraciones pasaba por la calle del Coliseo viejo, que hace esquina a la del Colegio de las niñas, una pobre indiezuela, vendiendo elotes, anunciándolos con el canto que acostumbran para semejantes vendimias. La infeliz, tal vez vendría formándose las cuentas de la lechera con el producto de sus elotes, cuando fue sorprendida accidentalmente por un coche, cuyas mulas alborotadas, y el cochero tal vez ebrio, la atropellaron lastimosamente contra un poste de los que rodean la banqueta”. El articulista se indignaba de que el cochero no se responsabilizara de la víctima y ninguno de los vecinos saliera en auxilio de la pobre mujer, de ahí que su nota llevara el título de “¡Que gentes hay tan inhumanas!”. Con más ingenio que violencia, los asaltantes hacían de las suyas aprovechando la ignorancia y superchería de la gente. El Diario los denunciaba para prevenir al amable público lector de un posible robo: “Sabemos que andan dos hombres mal intencionados con el hábito de S. Juan de Dios, y las caras pintadas de blanco, para asustar a las mujeres pusilánimes, haciéndose los muertos o fantasmas luego que llega la noche. Estos previenen de día sus tiros, a donde hay mujeres solas para sorprenderlas de esta manera, y llevarse lo que encuentran, mientras las infelices huyen preocupadas con el susto”. Ordenado alfabéticamente, el índice de cada volumen era un tesoro de títulos originales, sugerentes y llamativos: Amistad; Antojos; Bando sobre papalotes; Calvos; Confianza vana; Duende, conjuro al; Edad notable; Fanfarrón; Inhumanidad; Lección a las señoritas; Marejada horrorosa; Novio, consulta de uno; Observaciones morales sobre la vida privada; Palos con el muerto; Quien perturba al siervo; Rayos; Sainete, crítica de uno; Vacuna, modo de conservar el pus, y muchos otros, que otorgaban una guía general, despertando indudablemente la curiosidad natural de los lectores. Aviso Oportuno “Quien busca consejo quiere acertar”, era la máxima que repetían los editores del periódico cuando respondían la carta de algún lector ansioso de recibir recomendaciones sobre el arte del amor. Al público en general llamaba la atención que asuntos privados se ventilaran a la luz pública; pero sin mucho sacrificio, terminaban por enterarse de las venturas y desventuras de los valientes que se atrevían a exponer sus intimidades. “Consulta. Yo soy un hombre de unas proporciones medianas, y que he venido a establecerme en esta capital, donde he puesto un comercio, cuyas utilidades me ofrecen una vida nada congojosa, supuesta una economía cristiana. En esta virtud trataba de casarme, cuando un amigo a quien juzgo con bastante práctica y experiencia, me asegura que de ninguna manera siga con esta idea, pues que de esta suerte busco mi perdición; que para ello se fundaba en el excesivo lujo que hoy reina en las señoras mujeres, y la conducta regular que observan”. “Respuesta. Ud. hallará muchas doncellas bien educadas y de unos principios capaces de hacer feliz a cualquier hombre de bien. La mujer buena es un don de Dios, y no se da sino al que lo ha sabido merecer. Usted manifiesta en su consulta unas disposiciones muy cristianas, siga usted sus pasos, pida su felicidad a quien solo pueda darla y la recibirá indudablemente, si lo hace con la pureza de corazón”. El Diario de México se despedía de sus lectores dedicando su última página a los avisos de ocasión: Pérdida. “Del entarimado de la puerta de Catedral, que mira al parián, dos pendientes de un arete de diamantes brillantes, montados en plata: dése razón en la curtiduría de D. Juan Pulido. Hallazgo. “En la calle de la pila seca una muchachita de año y medio o dos años, trigueñita, de pelo güero y enaguas de angaripola: ocúrrase a la calle de las Cocheras núm. 5. Encargo: “Se solicita una chichigua joven, y de leche tierna, ocúrrase al puente de Leguízamo núm. 2. Compra-venta: “Una esclava de edad de 19 a 20 años... se dará en 100 pesos”. Aviso: “D. Ignacio Cárdenas, profesor de medicina, habiendo concluido felizmente la curación a que se le comisionó en ciertos pueblos apestados, se ofrece de nueve al servicio público en la calle de la Acequia, núm. 1.” A partir de 1808, el Diario tomaría otro giro. En septiembre estalló el movimiento independentista encabezado por el Ayuntamiento de la ciudad de México cuyo fracaso propició el inicio de la guerra dos años después. Sus páginas dejarían de iluminar la vida cotidiana de la Nueva España con sus noticias curiosas, poesías románticas y consejos morales para dar paso a nuevas notas, con un sentido más político y combativo, que ponían en entre dicho la supuesta eternidad de la Nueva España. Aquella sociedad que parecía suspendida en el tiempo, finalmente despertó para atestiguar que la aparente solidez del más grande virreinato de América se desmoronaba ante el impulso avasallador de los tiempos
Etiquetas: historia
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